trece
Empezó a sonar Joga, de Björk
Me llevé poco equipaje, el remordimiento y la culpa pesaban demasiado como para llevar más maletas encima. No sabía dónde ir. Si me iba con Julia seguramente empezaría con los teloadvertí, miraquetelodije... y en momentos así lo que menos necesitaba eran más sermones, que de poco iban a servir.
Dejé las maletas en el coche. No sé cuántas horas pasaron. Recorrí la ciudad de arriba a abajo varias veces y me dio tiempo a memorizar todas las esquinas. De repente, todo era mucho más ruidoso que de costumbre. Era como si lo animado y lo inanimado se hubieran puesto de acuerdo para perturbar mis pensamientos e interrumpirme cada vez que empezaba a tener algo un poco claro. Los maullidos de los gatos eran atronadores, las hojas volando por el viento parecían que romperían los cristales a su paso. Todo se había salido de tiesto. Cuando ya no quedó ni un centímetro de asfalto que mis pies no hubieran pisado, me fui a casa de Julia.
Tenía que enfrentarme también a ella. Y a su mirada... sobre todo a su mirada. Llegué a su piso cuando ya era de noche. Tardó pocos segundos en abrirme la puerta, sin preguntar siquiera quién era (parecía como si me estuviera esperando). Pese al frío que empezaba a hacer (otra vez...), llevaba unos pantalones cortos y una camiseta muy grande. Posiblemente 2 o 3 tallas más grandes que la suya. Tenía el pelo suelto. Me miró (primer asalto). La miré.
- Me niego a despedirme. - Se limitó a decir.
- No vengo a eso. Yo tampoco quiero despedirme. Aunque tampoco tengo claro lo que quiero.
- Pasa, nos tomamos un café, y me cuentas todo lo que ha pasado.
Y así fue. Estuve casi una hora contándole lo ocurrido, alternando las palabras con las lágrimas. Y ella mostrándose fría como el mármol. Cuando terminé me quedé en silencio. Ella se levantó de su silla y vino hacia mí, acortando la distancia a escasos centímetros. Me besó como nunca antes me habían besado. Ni siquiera ella me había besado de esa manera antes de esa noche. Decía que no, pero ahora sé que en aquellos fluidos había notas de despedida.
- Hoy no vamos a pensar más. Hoy colgamos el cartel de "Cerrado...". Y ya, si eso, mañana colgamos el "...por derribo". Hoy la despedida no tiene cabida entre estas cuatro paredes.
Empezó a sonar desde el ordenador la canción "Joga", de Björk. Y al ritmo de la canción (lento... muy lento) empezó a lamerme todo mi cuerpo milímetro a milímetro, limpiando con su saliva toda la capa de tristeza y culpa que tenía encima. Aquello era el sexo más duro que había practicado en mi vida. La penetré empujándola con fuerza contra la pared. Quería meterme dentro de ella costase lo que costase. Me clavaba las uñas en la espalda... ella también que me quedase dentro de ella.
Cuando el terremoto que provocamos paró, nos tumbamos en la cama. Empezó a tocarme la cara. ¿Se puede susurrar con los dedos? Ella lo hacía. Estaba memorizándome. Y fue la primera vez que la vi llorar.