jueves, 10 de junio de 2010

cuatro

De cómo aprendimos a hablar con el tacto


Ahora que ya ha pasado tanto tiempo, creo que me obsesioné con ella. No podía dejar de masturbarme con su cara en mi mente. Ya sólo soñaba con ella. Mi sémen tenía su nombre. J U L I A. Aquella primera semana quedé tan tocado que casi llamé a mi mujer por su nombre. Aquella niña era puro veneno. Y yo deseaba morder la manzana cada día.

Cada semana nos veíamos en la misma calle y a la misma hora. Cuado girábamos alguna esquina medianamente solitaria, me paraba en seco para besarme como una posesa. Le encantaba restregarme su rodilla por la entrepierna. Y a mí que lo hiciera. El resto de días que no nos veíamos intentaba escaparme hasta su facultad, sin que ella me viese, sin que lo supiera. Desde lejos veía cómo hablaba con sus compañeros, cómo cogía su carpeta... Me encantaba cómo se tocaba el pelo.

Un día la llevé a un hotel. Nos dieron la habitación con vistas al mar.

- Vamos a darnos un baño, Roberto.

Bajamos a la playa. Estaba en una cala apartada de la civilización. Había nubes que parecían prometernos tormenta. Pensé que estaba loca al querer meterse en el mar en pleno diciembre, con un cielo que amenazaba lluvia. Sin mencionar el temporal que había en el agua.

- Hace muy mal tiempo, Julia. Podría ser peligroso.
- Ya me la estoy jugando tirándome a un hombre casado. Ahora quiero tirarme al hombre casado en mitad de este temporal.

Se quitó la ropa. Toda. Echó a correr hacia el mar desnuda. Y yo fui tras ella. Como siempre, tras ella... Nos besamos mientras las olas no paraban de cubrirnos. Ella no dejaba de masturbarme y yo no paraba de tocarle cada milímetro de su cuerpo. Sin apenas darme cuenta, metió mi polla en su vagina y me agarró tan fuerte por la espalda que llegó a hacerme sangre. Aquella mezcla de sal, viento y gemidos perduraron en mi recuerdo durante años. Me encantaba su compás sexual. Tan rítmico. Tan suyo.

De repente hubo un trueno y después el orgasmo. Parecía que el cielo se hubiera partido en dos. ¿Lo partimos nosotros o los rayos? Agotados por la lucha por permanecer en pie contra las olas. Salimos del mar completamente abatidos. Y como si el clima nos hubiera dedicado aquella tarde, empezó a llover. Julia cerró los ojos y alzó la cabeza hacia el cielo. Luego me miró... y me abrazó. Me abrazó sin decir ni una sola palabra. Fuerte, apretándome contra su pecho. Intentaba que uno más uno no fueran dos... sino uno sólo. No hacían falta las palabras. Aquella tarde, con aquel frío y bajo aquel manto de lluvia, sus brazos me susurraron en silencio que no me fuera. Que me quedase con ella. Fue el primer mensaje mudo de muchos. Así fue como aprendimos a hablar con el tacto.

- Me encanta que vayas a verme a mi facultad y creas que no te veo.

Y me convirtió en lluvia.

2 comentarios:

rh

Hermosa la lírica de lluvia y olas en esta canción(pasión).

Selenita

Sublime. "Y me convirtió en lluvia".

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