jueves, 17 de junio de 2010

siete

De cómo la única regla que había era "prohibido enamorarse"


- Me encantas tantísimo Julia. De verdad que no te haces una idea. He memorizado tu movimiento de pestañas, la forma que tienes de morderte el labio, cada uno de tus lunares. Me he aprendido las cientos de sonrisas que tienes y he recorrido los once segundos que mide tu espalda en los ratos que me quedo a solas conmigo mismo. Hasta casi volverme loco. Han pasado ya varios meses desde que te vi en aquella calle. Y no sé cómo te has colado tan dentro. No eres una amante más. Eres Julia. La chica con la que duermo en mi mente, con la que sueño y con la que deseo despertarme más de uno y más de dos días a la semana. Me has contagiado tu juventud y tus ganas por la vida. El tiempo pasa y no se me pasan las ganas de comerme el chocolate de tus ojos. No se me pasa el ardor que me entra cada vez que empiezas a desnudarte. Mi respiración va al ritmo del contoneo de tus caderas y mis ganas de follarte se han anudado a tus tacones y van allá donde tú vayas. Nadie me toca como lo haces tú. Eres muy buena, joder...
- ¿Recuerdas la regla que nos pusimos al principio? Sé que la recuerdas. La ves en mi tatuaje cada vez que me desnudas.
- Sí... "prohibido enamorarse".
- Ten muy presente esa regla siempre, Roberto, y todo irá tan bien como hasta ahora.
- Lo sé. Lo tengo claro.

Pero la realidad del asunto es que me había enamorado de Julia mucho antes de conocerla siquiera.

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