martes, 20 de julio de 2010

diez

De cómo Sabina se coló sin avisar


Se sentó en mi escritorio. Empezó a jugar con los bolígrafos y un papel suelto que estaba encima de la mesa. Encendí un cigarro y me limité a mirarla desde el sillón. En pocos meses el pelo le había crecido muchísimo a Julia. Lo tenía largo y ondulado. Fuera seguía haciendo frío. Dentro se estaba muy bien. La casa estaba para nosotros solos (Susana no volvería hasta las dos o las tres de la mañana), así que se quitó la ropa que traía y se puso una camiseta ancha y vieja.
Escribió algo en el papel. Le di una calada larga al cigarro y solté lentamente el humo. Julia me enseñó lo que había escrito.
- Lo peor de la pasión es cuando pasa. Cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos. - Leí en alto - ¿Es tuyo?
- No, es un soneto de Joaquín Sabina. Es la pura realidad, pero lo mejor es que después del punto final de los finales, vendrán otros puntos finales.

Pensé en Susana. No quería que se convirtiera en ese punto y final. Miré a Julia. Quería que ella fuese mis puntos suspensivos. 

Se acercó a mí. Despacio. Tomándose su tiempo, con la boca entreabierta. Me quitó el cigarro y lo apagó. Se dio media vuelta y se sentó en la mesa del salón, mirándome fijamente. 

- Podríamos empezar a hablar de poesía. O a hacer afirmaciones absurdas sobre los puntos finales. Podríamos estar así horas y hablar de todo y nada. Pero lo que realmente quiero es comerte la polla como si esta noche fuese el fin del mundo. Quiero que vengas aquí y me metas los dedos por el coño hasta que chorree de jodido gusto. Quiero que me folles en esta mesa.

Me levanté con todas mis ganas en la polla. Palpitante. Sin capacidad de contención. Llegué hasta ella intentando besarla, pero antes de que hiciera nada cogió mi mano y se folló ella misma. Se retorcía entre gemidos sordos, sin dejar de mirarme. Le gustaba que viese cómo se corría por mi puta culpa. Se sacó mis dedos de golpe y se metió los suyos hasta que se tumbó sobre la mesa por el orgasmo que se le venía encima. Cuando terminó se incorporó.

- Joder, Jul...
- SSShhhh - me interrumpió.

Me metió sus dedos en mi boca para que chupara los restos del naufragio que acababa de ocurrir. Lo saboreé como si se tratase del mejor bistec del mundo. 

- Y ahora métemela.

Sus piernas se encajaban perfectamente a mi cintura. Ella marcaba el ritmo. Ella mandaba. No paré hasta que me corrí dentro de ella. Quería que fuéramos uno solo (más que nunca). Agotado me senté en la silla que había al lado de la mesa. Mi respiración volvía poco a poco a su ritmo habitual. Pero Julia se bajó de la mesa y sentó a horcajadas sobre mí. Me hacía tatuajes con la lengua en el cuello.

Estuvimos toda la tarde matándonos a polvos hasta que llegó la hora de irse. Nos despedimos con un simple beso, hasta la próxima. No le gustaban las florituras ni las miradas tristes. Así que se marchó, sin más.

Me duché, cené algo y me fui a la cama porque estaba sin fuerzas. No oí llegar a Susana. Dejé la luz del despacho encendida sin darme cuenta y ella fue hasta allí creyendo que estaba yo. 

Allí no había nadie. Sólo había un trozo de papel que ponía "Lo atroz de la pasión es cuando pasa. Cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos..." con letra de mujer y restos de sémen.

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