viernes, 2 de julio de 2010

nueve

De cómo conocí la casa de sus padres

Quedé con Julia a las seis de la tarde en una cafetería que ninguno de los dos conocíamos aún. Estaba en un pueblo cercano a la capital. Nuestros encuentros iban aumentando conforme pasaban las semanas. Así que tuvimos que empezar a alejarnos de nuestro círculo (y más teniendo en cuenta que Susana ya empezaba a sospechar). 

El tráfico hizo que llegase tarde. Cuando encontré la cafetería ella ya estaba sentada en un rincón. Hacía algo con el móvil. Me quedé en la calle mirándola desde el cristal. Aún hacía frío. Llevaba unos vaqueros y un jersey negro con una bufanda de tonos rojos. Llevaba el pelo recogido pero uno de los mechones se había salido y ahora estaba en mitad de su cara. Nada más verla se me ponía como una piedra.

Tres días antes estuvimos en la casa de sus padres aprovechando que se fueron de viaje. No quedó ni una sola estancia de la casa en la que nuestra saliva, nuestro sudor los demás fluidos corporales no se mezclaran con el mobiliario. La forma que tenía de chupármela sin descanso hacía que me temblase todo el cuerpo. La penetré una y otra vez. Sus muslos estaban contraídos y no paraba de sudar. No sé qué temperatura haría fuera, pero dentro de casa la humedad era de un 90% (otra vez). Ahora que la veía sentada en aquel rincón de aquella cafetería recordaba una y otra vez cómo me insultaba con cada embestida mía (cabrón, cabrón, cabrón...). Esa niña me volvía loco.

Entré en la cafetería y sus lunares me sonrieron. Y después me sonrió ella. Antes de decir una sola palabra puse mi mano en su entrepierna y apreté. Abrió la boca en un acto reflejo. Después de devorarme con la mirada, nos fuimos de aquel lugar en busca de otro rincón para follar como nunca antes lo habíamos hecho.

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